Recientemente escuche una conversación… un joven le
dijo a un señor de aproximadamente cincuenta y cinco años: quiero vivir para
hacer dinero y comprarme todo lo que me provoque, a lo cual el hombre de mayor
edad le respondió: yo quiero una vida para vivirla, y esta respuesta ha
inspirado estas líneas que estás leyendo en este momento. El joven de esta
historia, desea hacer dinero mientras vive, lo cual quiere decir que tiene un
objetivo, sabe que tiene una vida y en qué quiere utilizar su tiempo mientras
la recorre. El señor de esta
conversación sabe que tiene la vida y la focaliza en lo interno, vivirla, que
al final es lo que depende de él. La diferencia de estos dos hombres es la
meta, uno quiere dinero y el otro vivir. Probablemente este hombre de cincuenta
y cinco años, ha tomado esa elección por causa de lo disfrutado y padecido. Y
el joven tomo la suya por lo que no ha vivido ni padecido. El dinero es un buen
instrumento para tener calidad de vida, lo inquietante de este medio de
intercambio es que no es seguro, no tiene decisión propia por lo cual el
dedicarse a producirlo nos puede llevar a perder, excusándonos en que lo que
hacemos es para estar bien; y en realidad lo que necesitamos son los siguientes
ingredientes:
Resignificar el pasado, para salir del escondite de
los recuerdos, dejar de correr detrás del futuro con fantasías y asumir este
presente con todo lo que hay, lo que ha quedado y con lo que nos puede ofrecer.
Aceptar la realidad, a pesar del dolor, nos da carácter,
nos permite encontrarnos con lo que nos hace dudar y por ende nos empuja a
tomar decisiones, que a su vez nos lleva a la nueva estación que se llama
sufrimiento y es aquí en esta parada, donde nos hacemos adultos porque nos
encargamos de lo que sentimos y tenemos la oportunidad de responsabilizarnos de
lo que nos pertenece.
Estar disponible para la vida es renunciar y tomar,
para vivir lo que falta con conciencia y lucidez, tengas la edad que tengas,
hoy te quiera preguntar: para que quieres la vida?
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